domingo, 27 de febrero de 2011

Poemas de Arseni Tarkowsky


Arseni Tarkowsky fue un prominente poeta de la lengua rusa, más conocido en este lado del mundo por ser el padre del cineasta Andrei Tarkowsky; sin embargo su obra se destaca como una de las más importantes del siglo XX en los países de habla eslava.

Nació en Elisavetgrad, Ucrania (entonces parte de la URSS) en 1907, hijo de una madre rusa, Maria Rachkovska, y un de padre polaco, Aleksander Tarkowski, quien era actor y anarquista. Se trasladó a Moscú en 1924 donde trabajó para un diario de ferrocarriles llamado "Goduk" que escribía editoriales en verso. Entre los años 1925 a 1929, estudió en el intitulo literario de Moscú, allí conoció a Maria Ivanova Vishnyakova, la madre de su hijo. Durante los años siguientes, se dedicó a hacer traducciones de poetas turcos, árabes, georgianos y armenios. En la segunda guerra mundial, fue corresponsal del diario "Boevaya Trevoga" (Alarma de guerra) y recibió heridas que la causaron una gangrena que estuvo a punto de costarle la amputación de su pierna, pero sólo sufrió amputaciones graduales de ésta. Debido al férreo control que el stalinismo había tenido sobre la vida intelecual rusa y a que se daba mayor importancia a las obras de realismo social que a las de vanguardia, la mayor parte de su poesía fue publicada a partir de 1962, después del cambio de Premier y la apertura del régimen soviético. Arseni murió en mayo de 1989, ese mismo año le fue otorgado postumamente el premio nacional de literatura de la U.R.S.S.

Sus obras son:
  • Antes de la nieve (1962)
  • Terrenal a la tierra (1966)
  • Mensajero (1969)
  • Versos (1974)
  • Día de invierno (1980)
  • Selección de poemas (1982)
  • Poemas de años diversos (1983)
  • De la juventud a la vejez (1987)
  • La luz bendita (1993)
  • Obra seleccionada (1993)
Su poesía todavía tiene pocas traducciones al español y la mayoría de ella fue publicada en revistas. En esta entrada recopilamos algunos de sus poemas:



La casa de enfrente

Demolieron la casa de enfrente.
Los inquilinos se fueron contentos.
Llevando consigo sofás, ollas, flores,
Espejos torcidos y gatos.
El viejo miró la casa desde el camión,
Y sintió que el tiempo lo atrapaba,
Todo se quedó así para siempre.
Entonces surgió el descontento,
Un polvo seco comenzó a brillar
Lento mientras caía la noche.
En la casa quedaron sueños, recuerdos,
Esperanzas perdidas y deseos.
Demolieron todo, se llevaron los troncos.
Pero los fantasmas del pasado
De ahí no se alejaron ni un paso
Y le cantaron de nuevo al cerezo.
Bebieron vino blanco en las bodas,
Iban al trabajo y al cine.
Trasladaban ataúdes en toallas,
Se prestaban, unos a otros, dinero,
Dormían en colchones de bruma
Y arrullaban a sus primogénitos,
Mientras la áspera encía de la máquina
Lamía sus arcillas roñosas,
Y en una pata, como sobre una “T”,
La grúa giraba y giraba.


Primeros encuentros

Cada momento de nuestros encuentros
celebrábamos como una epifanía,
solos en este planeta. Fuiste
más valiente y más ligera que el ala de un pájaro
bajando la escalera de dos en dos,
como vértigo, llevándome a través
de lilas mojadas a sus predios,
al más allá del espejo cristalino.

Cuando llegó la noche tuve la gracia,
se abrieron las puertas del altar,
en la oscuridad resplandecía
y se reclinaba lentamente la desnudez.
Y yo, al despertar, decía: “¡Bendita seas!”
porque sabía que era audaz mi bendición.
Tú dormías, pero las lilas de la mesa
se disponían a tocar tus párpados
con el azul del universo circundante,
los párpados, tocados por el color azul,
estaban muy tranquilos, tu mano cálida también.

En el cristal pulsaban tantos ríos,
montañas humeaban y mares despuntaban,
tenías en tu palma un globo cristalino,
estabas durmiendo en el trono.
¡Dios sagrado! Tu eras mía.
Te despertaste para transformar
el léxico de la humanidad,
y al habla colmaste
de fuerza sonora, y la palabra "Tú" mostró su nuevo significado: Zar.

En el mundo se ha transformado todo,
incluso cosas tan sencillas como el jarro y la palangana,
y el agua dura y laminada
estaba de guardia entre nosotros.

Algo nos llevó al más allá.
Nos cedían paso, como espejismos,
ciudades construidas por milagro,
la menta, cual alfombra, se acostaba bajo nuestros pies,
los pájaros seguían nuestra larga ruta,
los peces subían el río
y el cielo se abrió ante nuestros ojos...
El destino nos siguió celoso
como un loco con navaja afilada.


El bosque de Ignátievo

Las brasas de últimas hojas en total inmolación
suben al cielo y en este camino
el bosque entero se está sulfurando,
igual que tu y yo en el último año.

En tus ojos, de lágrimas llenas, se ve el camino,
arbustos reflejados en estuario tenebroso.
No seas caprichosa, no amenaces, no toques,
no ataques el silencio mojado del bosque.

Puedes oír el respirar de vieja vida:
resbaladizas setas crecen en mojada hierba,
por dentro están comidas por parásitos y gusanos,
pero la piel sigue siendo viva y picante.

Todo nuestro pasado parece a la amenaza:
mira, cuidado, vuelvo en seguida, ¡te voy a matar!
El cielo se encoge, pero el arce lo mantiene, como una rosa,
que queme más fuerte, que pique en los ojos.


Vida, vida

1

No creo en el presentir, ni temo a las señales.
No huyo del veneno, ni de la calumnia.
En este mundo no hay muerte.
Todos son inmortales, todo es inmortal.
No temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta.
Existe sólo la luz y la realidad.
No hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo.
Estamos todos en la costa del mar.
Yo soy de los que van sacando redes
repletas, llenas de inmortalidad.

2

Morad en su casa para que no se derrumbe.
Puedo invocar un siglo cualquiera,
voy a entrar en él para construir una casa.
Es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo
en la misma mesa y la mesa es del bisabuelo y del nieto.
El futuro se realiza hoy,
y si levanto ahora mi mano
los cinco rayos con ustedes quedarán.
Cada día del pasado fue entibado
a fuerza de mis clavículas y hombros.
Medí el tiempo con una cadena del agrimensor
y lo atravesé como si fuesen los Urales.

3

Elegí el siglo a mi altura.
Fuimos al sur, levantando polvaredas sobre la estepa;
las hierbas malas humeaban, el saltamontes retozaba,
tocando las herraduras con su bigote y profetizaba,
y, como monje, me amenazaba con la muerte.
Até mi destino a la silla de montar,
también hoy, en tiempos venideros,
me levanto cual niño en los estribos.

Me basta con mi inmortalidad,
para que mi sangre fluya de siglo en siglo.
Por un rincón fiel del calor bien conservado
pagaría con mi vida obstinada,
mas su aguja voladiza
me lleva por el mundo, como el hilo de Ariadna.


En medio del mundo

Soy hombre, horno sur en medio del mundo,
miríadas de infusorios están detrás de mí,
miríadas de estrellas están enfrente.
Y yo, postrado a todo lo largo, entre ellas,
como el mar, que une dos costas lejanas,
como el puente que junta dos espacios infinitos.

Soy Néstor, cronista mesozoico,
soy Jeremías de los tiempos a venir.
Están entre mis manos reloj y calendario,
me hallo involucrado, como Rusia, en un futuro devenir
y como un pobre zar maldigo el pasado.

De la muerte sé mucho más que los difuntos,
de lo vivo, lo más vivo soy.
¡Dios mío! Una mariposa cualquiera,
cual una niña, de mí se ríe,
cual una tira dorada de seda.


Poemas sin título

***

El hombre tiene un cuerpo,
cual una celda.
Cansada el alma está
de su íntegra envoltura
con orejas y ojos,
como monedas,
y piel con cicatrices
que cubre la osamenta.
Por la córnea vuela
a la fuente del cielo,
al radio de hielo,
al carruaje del ave.
Y oye por las rejas
de su viviente cárcel
la carraca del campo,
la trompa de los mares.
El alma es sin cuerpo,
como cuerpo sin camisa,
no hay labor ni intento,
ni verso ni concepto.
Adivinanza vana:
¿Quién irá a bailar
a aquella misma plaza
donde nadie está?
Y sueño otra Alma
vestida de otra forma:
arde y corre, tímida,
en busca de esperanza.
Se quema y sin sombra
se aleja por la tierra,
un racimo de lilas
dejando de recuerdo.
No te lamentes, niño,
de la pobre Eurídice.
Empuña el palo y corre
tras el aro de cobre
mientras tus oídos capten,
ora alegres, ora secos,
de tus pasos los ecos
que repite la tierra.


***

No creo en los presentimientos, ni temo
a los agüeros. Acepto el veneno,
la calumnia. No existe la muerte,
la vida es eterna. No hay que temer
a la muerte ni a los diecisiete,
ni a los setenta. Sólo hay vida y luz,
ni oscuridad, ni muerte hay en este mundo.
todos estamos a la orilla del mar
y soy de los que eligen la red
cuando la eternidad pasa de largo.


***

Soñé esto alguna vez, lo sueño ahora,
sé que lo volveré a soñar de nuevo,
todo se repetirá, todo reencarnará,
y usted soñará todo lo que yo soñé.
allá, lejos de nosotros, lejos del mundo,
la ola una y otra vez golpea la orilla
y en ella hay estrellas, personas, pájaros,
realidad, sueño y muerte… en la ola eterna.
No necesito fechas: fui, soy y seré,
la vida es el mayor de los milagros.
Solo, como un huérfano, en él yo vivo.
Solo, entre espejos, cercado por reflejos
de mares y ciudades, vivo en la embriaguez.
Y la madre llorando toma al niño en el regazo.


***

Te esperé desde el alba,
se dieron cuenta que ya no vendrías
¿Te acuerdas que tiempo tuvimos?
Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.
Llegaste hoy y nos han preparado
un día singularmente sombrío,
la lluvia y una particular hora tardía.
Y corren las gotas por las ramas heladas
que ni las palabras podrían frenar,
ni secar siquiera un pañuelo.


***

Como hace cuarenta años,
palpitaciones y ruidos
de pasos, una casa y un jardín,
una vela, la mirada miope,
que no exige ni juramento,
ni caución. Bullicio en la ciudad.
Amanece. Llueve y una oscura
y la empapada vid silvestre
se enrolla a la pared, huérfana,
como hace cuarenta años.


***

En el último mes del otoño,
al final
de la amarga vida,
colmado de tristeza,
yo entré
a un bosque sin nombre y sin hojas.
lo cubría por completo
el blanco cristal
lechoso de la niebla.
Por las ramas claras
lágrimas limpias caían
como de árboles que lloran en la víspera
de este invierno vacío de color.
Y ahí sucedió un milagro:
al atardecer
el azul brilló en las nubes
y un rayo vivo, como en junio, atravesó
desde los días futuros mi pasado.
Y lloraron los árboles la víspera
del trabajo noble y la abundancia,
de la ventisca alegre que aletea en el azul.
Los pájaros guiaban la ronda,
como las manos que por el teclado
urdían los acordes más sublimes.


***

Soy una sombra, de aquellas sombras que una vez
al beber el agua terrestre, no han calmado la sed
y vuelven a su camino pedregoso,
alternando los sueños de los vivos, para tomar un
trago de agua viva.

Como la primera barca del vientre del océano,
como un cántaro sacrificial emerge de un túmulo,
así alcanzaré los escalones
donde me aguardará tu sombra viva.

¿Y si es un engaño, y si es un cuento,
y no es una cara, sino una máscara de yeso
que nos observa desde el centro de la Tierra
con sus ojos de duras piedras y sin lágrimas?

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