miércoles, 26 de noviembre de 2008

Contratiempo



Para entonces no era yo más que una sombra, mitad humana, mitad nada; un salteador del camino, atraído por la inmensidad del abismo. (Josué Molina)


Está bien, yo la maté. Supongo que el haberlo hecho fue parte de algún simple proceso, o de una imaginación del pensamiento, quizás un suceso dentro de aquel laberinto de tiempo y confusión, una interminable franja de formales monotonías y agudas realidades. No lo sé.

Tendré que decir que la amaba, mi vida estaba tan llena de nada y a la vez tan llena de ella, su voz hacía eco en mi memoria y su figura era una imagen casi fotográfica dentro de la misma. Cinco años de ser vecinos y ella no lo sabía, bueno, no sé, tal vez lo sabía; creo que sí, lo que pasa es que ambos éramos tímidos…

-Jajaja…

-Shh, por favor ¡cállese! ¿De quién se burla, de mí? Por favor, ya no me vea con esa cara de idiota y déjeme contarle, aunque creo que usted ya lo sabe; no importa, quiero hacerlo.

Ella era bella, podría decirse que era demasiado bella: sus ojos, su cabello, sus labios, su silueta; en fin. Se llamaba Aurora o quizás María, tal vez Rocío; no lo sé, nunca lo supe, prefiero no saberlo, creo que así es más fácil olvidarla; me hizo mucho daño y por eso pasó lo que tenía que pasar. Yo no podía vivir sin ella, teníamos que estar juntos. Nadie la iba a amar como yo la amé; nadie, absolutamente nadie.

Todos los días se despertaba a las cinco de la mañana, yo en cambio, me despertaba quince minutos antes; tenía que observarla. Una hora más tarde ella estaba en su trabajo: una modesta e ignorada librería en el centro de la ciudad; - allí nos conocimos- no había día que yo no frecuentara dicho lugar, ella siempre me atendía, se sonreía conmigo, me observaba fijamente, a veces con curiosidad. ¿Por qué se ríe? No lo entiendo, por favor deje de joder y escuche. Sí, me miraba fijamente con esos ojos que aman, yo también me detenía a observarla, aunque mi tímido actuar me obligaba a bajar la mirada rápidamente. Siempre que podía comprar un libro lo compraba, eso sí, tenían que ser de los mismos autores de siempre: Panero y Dostoievski. Podría decir que compré todos los libros de estos dos autores, claro, algunos libros los compré más de una vez, por ejemplo: Poemas Del Manicomio De Mondragón y Crimen y Castigo. Los compré quince veces cada uno, todo por verla… (Profundo silencio)

Al salir de la librería avanzaba de forma acelerada recorriendo dos cuadras; me encontraba en el parque central de la ciudad, aquel sitio infectado de algún tipo de especulación colectiva, el típico y empobrecido panorama de una ciudad enmudecida. Podía observar cuantas mujeres quisiera, pero ninguna me llamaba la atención; sentía los esporádicos brotes de melancolía en los ojos de algunas y en otras era evidente el paroxismo de los amores que nunca entendían; todas caminaban al son de un mismo ritmo marcial, nunca traicionaban su camino, sus pasos se marcaban con la monótona y resonante precisión matemática de todos los días.
Nadie era igual a ella, definitivamente se había adueñado de mí.

Al abandonar las transitadas calles de mi ciudad emprendí el regreso a casa (una horrible pocilga de arcaica estructura, tejas semi uniformes, paredes picadas y extorsionadas por la variedad de grafiti que algún artista callejero habría plasmado, ventanas selladas con reglas de madera carcomida ,y un fétido olor a excremento), mi bella casa, el palacio donde concurre mi soledad, mi bien acomodada posada de fina estructura, tejas uniformes y paredes blanqueadas, objetos de finísima porcelana y generoso olor a pino. Regresaba a la misma hora de siempre, cuando mi reloj contabilizaba las dos de la tarde; subía hasta mi habitación, bueno, realmente todas eran mis habitaciones, la casa era completamente mía. Al entrar a la habitación lo primero que hacía era recostarme sobre una confortable cama, escuchar música de Enrique Bumbury, y leer los poemas adheridos a la pared que en honor a ella habría escrito. Tenía que esperar cuatro horas para lograr verla de nuevo, mientras tanto me miraba al espejo buscando la mejor pose con la cual me podría presentar ; repetía , diseñaba y rediseñaba distintas frases que utilizaría en nuestra primera cita, redactaba cartas que algún día le entregaría, dibujaba su rostro en cualquier lado; sabes, mi habitación es muy artística (un pequeño cuarto asqueroso compuesto por un piso lleno de excremento, un colchón constituido básicamente por resortes donde frecuentan ratas e insectos, paredes repletas de dibujos sin forma y poemas sin lógica alguna; poca iluminación, espejos y pedazos de espejos por todos lados, una tina llena de orines, un cielo rasgado, una silla de plástico color blanco, papeles tirados a lo largo y ancho de la habitación, una caja llena de andrajos pestilentes , y restos de comida que se confundían con la materia fecal.), tendría que verlo ¡cuánto arte! ¡Cuánta manifestación artística en una sencilla habitación! claro, todo fue conformado por la sobresaliente creatividad de un gran artista, un gran poeta, sí, un gran artífice de aquellas manifestaciones desinteresadas y personales; un intérprete de lo real y lo imaginado, que con elementos plásticos, orgánicos, lingüísticos o sonoros, expresó a gritos su mundo.

- Mire sus ojos, todavía miran con amor, todavía sigue siendo bella; está más pálida, cada vez más pálida, sus pupilas se cristalizaron, sus labios son como glaciales, fríos ¡tan fríos!

- Jajaja…

- ¡Ya no me vea así por favor!

Sí, el tiempo como de costumbre se consumía rápidamente; aquellas horas, minutos y segundos, eran tan sólo una crónica de mi vivir. Ya sólo faltaba media hora para su llegada, mientras tanto, yo leía algunos poemas de poetas de mi ciudad.
Las tareas vespertinas de siempre concluían con la entrada del crepúsculo; las arterias del tiempo aproximaban su llegada, entonces, tendría que arreglarme. – como todos los días- Me pondría mi traje color negro, zapatos de matices similares, peinaría mi cabello hacia atrás, bajaría de mi habitación hasta encontrarme en la puerta principal de mi palacio ; allí y justo a un extremo de la misma, guardaba un ramo de rosas, de color rojo y artificiales; claro, las recogía amacijando el ramo con ambas manos , posaba el mismo sobre mi pecho que se erguía con soltura , contenía la respiración y levantaba la mirada , luego exhalaba , retiraba mi mano izquierda para observar la hora que proyectaba el reloj (un vetusto objeto sujeto a la muñeca por un conjunto desquiciado de hules e hilos, conformado por un par de manecillas muertas; números dibujados con marcador y ordenados de forma absurda e incoherente), faltaban diez minutos para su llegada, para entonces yo la esperaría bien arreglado y como siempre , tras la puerta.

Al fin llegó; yo la observaba por la ventana a la cual me había movilizado, sabía que era ella quien llegaba al barrio, escuché los silbidos y la variedad de piropos que la multitud masculina pregonaba; vaya que era linda, todos lo sabían. Durante ese breve momento en el cual se dirigía hacia su casa yo estiraba la mirada para observarla y no perderla ni un instante, me detenía en su melódico andar, en sus caderas y sus bien torneadas piernas, en su cabello y en su rostro enamorado; la observaba hasta que se perdía, hasta aquel momento en que entraba y se refugiaba en aquel amasijo de piedra, madera y cemento. Así de sencillo, breve, y preciso; sí, eso era todo, lo mismo de siempre, la misma rutina, la misma escena.

- lo mismo, lo de siempre, hasta aquel día.

- ¿qué día?

Después de verla entrar en su morada y como en otras ocasiones, suspiraba, me llenaba de nervios, fui un péndulo entre el hecho de quedarme en casa y el salir, visitarla y platicar con ella, pero bueno, volvió a suceder, el miedo encadenó mis decisiones…

- ¿cuál miedo?

Otra vez me quedé observando las calles vacías, las paredes silenciosas y su ausencia. ¡Pero llegó él¡ lo vi y creía que era su hermano o tal vez su primo , quizás un familiar que hace tiempo no veía, no, ¡no! ¡No, no, no, no! era él, estaba vestido con un traje color negro, zapatos de matices similares, se peinaba hacia atrás, cargaba consigo un ramo de rosas color rojo que por supuesto no eran artificiales, no tendrían que ser artificiales porque seguro las entregaría ¡sí! ella salió, lo recibió con un beso y este le entregó el ramo de rosas, luego lo invitó a entrar y él accedió. Enloquecí, mis ojos giraban convulsivos, mi ritmo respiratorio se exaltaba con violencia, mis manos temblaban llenas de furia; corrí despavorido en busca de ella, salté el muro que protegía su guarida infiel y una vez estando adentro escuché eso…

- Jajaja… ¿Qué escuchaste?

- ¿Qué escuchaste?

- ¡Si! ¿Qué escuchaste?

- eso… ¡sí! ¡eso!

Ah, ah, ah, ah… ¡si, si, si, sí!...uhmmm, ¡si!! Dale ¡ ah, ah, ah, ah… uhmmm… ¡si, si, si¡ …

- ¡maldita!

Me encontraba de pie frente a la ventana de su habitación, estaba perplejo, completamente paralizado, mis ojos se derretían ¡me fue infiel! ¡Dejó de amarme ¡dejó de ser ella!¡cómo lo pudo hacer!...

Sólo esperé que terminara aquel cruel y desgarrador cuadro que a filo de alfiler hería alguna parte de mí, y cuando al fin concluyó me quité de la ventana recostando mi cuerpo sobre una pared, sonreí con una de esas sonrisas masoquistas, amortiguando el golpe; pasaron, no sé, tal vez veinte minutos, esos minutos ya no importan, ella se despidió de el y volvió a su habitación, yo me volví frente a la ventana de cristal del cuarto de sus infidelidades; la veía abrazar una almohada, cerrar los ojos y sonreír, ¡era tan cínica , tan falsa! Enfurecí, el vaivén de motivos justificó mi enojo, así que me lancé hacia ella ; me encontraba en su lecho junto a varios cristales esparcidos , tomé uno y lo adherí a mi mano derecha, la cual sangraba al oprimir el cristal; vaya que ella gritaba, lloraba, preguntaba y se quejaba: ¿Quién es usted?, ¿Qué le pasa?, por favor déjeme ,!Por favor ¡ !se lo suplico por el amor de Dios ¡ ¡Ja! Era una maldita mentirosa, como si no me conociera, ambos estábamos enamorados y ahora decía que no me conocía; eso me enojó aun más, así que la tomé del cabello y le dije que se callara, deslicé con suavidad mi mano sobre su cara, la miré a los ojos mientras esta lloraba, quise besar sus labios, pero no lo hice, en cambio besé su frente, despidiéndome de ella; luego hundí el cristal en su garganta removiéndolo de lado a lado; inmediatamente comenzó a temblar, su pulso se aceleró , la solté y cayó al suelo . Ya no gritaba. En cambio contraía el pecho y escupía sangre, me miraba a los ojos, esta vez yo no bajé la mirada; mis mejillas estaban cubiertas de lágrimas; me senté sobre su cama, la seguí viendo hasta que se paralizó, hasta que sus ojos miraron sin ella, la vi perderse, estaba allí, pero a la vez ya no estaba.
Yo no lo soporté; levanté la cabeza observando el cielo rasgado de la habitación, llevé mis manos hacia mis oídos, presionándolos para no oír nada ,cerré con fuerza los ojos; sentía fuertes y estridentes picotazos en el cerebro, escuchaba esas malditas voces gritar; abrí los ojos y experimentando algo similar a un efecto embrutecedor, comencé a ver borroso, fui presa de un mareo parecido a la embriaguez, mi visión del mundo y de aquella realidad se distorsionaba, todo comenzó a girar, mi corazón latía con desesperación; mis brazos, piernas y demás extremidades, temblaban.
La intensidad de todo aquello logró disminuir de manera paulatina, entonces fijé la mirada en el espejo que tenía frente a mí, y logré ver aquel ser tan horrible, tan aterrador y grotesco; lentamente subía mis manos hacia mi rostro, tocándolo y reconociéndolo; por algún motivo aquel ser desprovisto de belleza y hermosura, comenzó a hacer lo mismo.
Es difícil concebir dicho suceso, volteé mi atención hacia ella, la vi inerte, carente de sí, ausente en la trama del la vida y el tiempo.

- Aquí nacieron los días de siempre, y a decir verdad sólo han pasado cinco minutos.

Eran aquellos instantes los momentos más turbios y pesados de mí existencia, miré alrededor y observé los estantes llenos de libros de Panero y Dostoievski , luego me detuve en un libro que se ubicaba sobre una silla color blanco, el cual era una especie de antología dedicada a un grupo de jóvenes poetas de la ciudad; los discos de Bumbury estaban debidamente ordenados al igual que la ropa, aquella habitación era tan bella que aun con el piso manchado de sangre adquiría tintes muy estéticos; es extraño ,pero hay varios espejos y no sé si es la debilidad o algún tipo de delirio, tal vez alguna alucinación, pero escucho el bullicio de las ratas debajo de la cama y veo cucarachas sobre el colchón. Cada vez que miro hacia un espejo observo un rostro distinto, cada uno con sus propios ademanes y su voz; no importa, ella está muerta, la salvé de algún desquiciado o quizás de sí misma; estoy seguro que no es ninguna alucinación, siento que las cucarachas pasan por mis muslos y que alguna rata mordió mi tobillo; quizás ambos escapamos, no lo sé.

Está bien, yo lo hice. Supongo que el haberlo hecho fue parte de algún simple proceso, o de una imaginación del pensamiento, quizás un suceso dentro de aquel laberinto de tiempo y confusión, una interminable franja de formales monotonías y agudas realidades. No lo sé...

3 comentarios:

Suny dijo...

Y a mí por qué no me tienen en sus enlaces, malditos cabrones? No me quieren o qué? buaaaaaaaa!!!

Uva - Uva dijo...

Trinidad (el corazón de la ley seca)

Ebrios colegas...
fumadores de opio
con esperanza y sin ella
aquella vez os dije:
Disculpadme por guardarme
los enajenados versos

Deseé solo contemplar
en silencio:
la borrachera...
las cenizas en la cerámica...
los torcidos pasos...
...nada tengo que decirles
poco ofrece este rostro
de cementerio

hay promesas que no les haré
disfrazandome las melancolías
fumando un cigarro
que no deseo fumar
quizá por honor a su presencia
quizá por el recuerdo
de alguna chica
arrastrando mi sórdida faz
sobre las rocas.

un perro muerto
un poeta de porquería
una música
un monstruo
un gigante de barbas blancas
una conversación banal
Y otras sobre poesía
Os admiro
nunca diría que ese trago no me gusto

Fue un gusto
con 27 grados de alcohol
a verles conocido

Ludwing Varela dijo...

Es necesario romper la ley para sobrevivir.